miércoles, 5 de enero de 2011

El tiempo

                                                                      El tiempo

Lo miraba a él, solo a él, como si el resto del mundo careciera de importancia. Y era verdad, ¿ qué importancia podría tener el mundo si él al final moría?. Le dio un respiro a su alma inquieta, y recorrió intranquilo un par de veces la habitación en la que estaba, se prendió un cigarrillo. Fumó sólo la mitad, la sola idea de perderlo le hacía ver todas las cosas asquerosas, sin sentido, inclusive el tabaco había entrado en esa lógica de la desesperación. Tiró la colilla todavía encendida y se acercó peligrosamente al sentido de las cosas.
La aproximación tuvo su recompensa, unos débiles latidos le devolvían la esperanza de que no todo estaba perdido.
Raudo se abalanzó sobre el cigarrillo a medio acabar y le dio unas pitadas, ahora el tabaco había recuperado su antiguo sabor. Pero la alegría fue efímera, los latidos cesaron, y el pánico retomó su protagonismo. En una irracional acción, sacudió a su amigo de manera frenética, y este, misteriosamente, volvió a la vida. Seguía a su lado, como siempre, pero D. No sabía por cuanto tiempo más.
D. estaba desencajado, indefenso ante esta nueva situación, el firme suelo por el cual caminaba diariamente de manera erguida y majestuosa parecía desgranarse irrevocablemente.
Si su amigo partía, ya no podría trabajar, y mucho menos dormir. De seguro ya no podría continuar con sus estudios, ni asistir a las cenas familiares, ni siquiera sería capaz de festejar el aniversario de bodas junto a su adorada esposa. Por mas que quisiera, y en efecto quería, no iba a poder hacerlo, no sabría como.
Todo dependía de su compañero que ahora tenía ante sus ojos. Intentó recordar los momentos que habían pasado juntos, y se dio cuenta que nunca, desde que lo conoció en su temprana infancia, se habían separado.
Se le escapó una lágrima, luego otra, y otra más.
“ Existen otros como él”, le dijo una vez y hace unos años su señora. Y en efecto esto era así, inclusive había mejores, y D. Lo sabía perfectamente.
Pero D. Lo quería a él, no aceptaba sustitutos, ni los aceptaría jamás. Su decisión era caprichosa, pasional, pero ya estaba tomada y no existía posibilidad de que volviera atrás.
Se acercó nuevamente, y constató lo que temía. Su amigo estaba muerto. Esta vez se resignó y no lo zamarreó. Se sirvió un vaso de whisky y bebió un largo trago para adquirir coraje. Luego, y ya falsamente animado, asió con fuerza a su fiel reloj, y antes de tirarlo a la basura, lo besó.
Era el tiempo del duelo. ¡ El tiempo!, se dijo D., el tiempo ya no existe, desapareció con mi último beso, ya nada podré hacer.
Se sirvió un nuevo vaso y sentenció amargado: “ mundo cruel, que frágil nos has hecho”.
MELISSO

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