sábado, 1 de enero de 2011

El cuento del cuento

EL CUENTO DEL CUENTO

El pasillo era infinito, sin embargo, lo consumió con extrema rapidez, tal eran sus ganas de informar que, casi sin darse cuenta, corría.
Un hombre alto y ancho, probablemente miembro del cuerpo de seguridad, le cerró el paso. El guardia, de piel pálida y lisa, lo miró escrutadoramente, y con un leve gesto de cabeza le indicó que quería.
Otra cara en ayunas, pensó para sí Pozzi. De mala gana le mostró sus credenciales y acto seguido lo dejó entrar. El cuidador de pasillos ni siquiera se tomó las molestias de revisarlas, si Pozzi había llegado hasta ese lugar, era porque antes había pasado al menos cinco controles exhaustivos , de ahí la manifiesta haraganería. Pozzi era el nuevo y flamante jefe del Servicio Secreto, si bien había trabajado en ese organismo durante más de dieciocho años, no conocía de primera mano el despacho presidencial. Lo más cerca que había estado de hacerlo fue en una visita guiada cuando tendría unos quince abriles, pero se quedó a unos cuantos pasos. Sea como fuere ,esa experiencia no podía compararse ni remotamente con esta. Le sorprendió gratamente la austeridad y la amplitud de la habitación, en sus repetidos sueños acerca de este día, su cabeza había ideado una imagen completamente diferente a la que ahora se le presentaba. Ni paredes cargadas de fotografías, ni caras alfombras, ni lujosos muebles, nada de esto se percibía.
Por una puerta lateral, que Pozzi ya había detectado, entró el Presidente de la Nación, impecablemente vestido, el pelo engominado y perfumado en exceso.
El jefe de los Servicios Secretos innumerables veces leyó el expediente del presidente Garrido, y otras tantas lo vio en persona. Consideraba conocerlo más que bien, sin embargo, nunca se atrevería a decirle esto en la cara.
Por su parte, el señor Garrido, si alguna vez lo había visto, ya no lo recordaba. Y su tozuda afición por no leer los registros de sus empleados era harto conocida.
Se dieron un fuerte apretón de manos, uno genuino. Luego del saludo, el presidente lo invitó a que tomara asiento.
--- Es un placer recibirlo señor Pozzi, aunque reconozco que me hubiese gustado mucho más conocerlo en circunstancias menos apremiantes.
--- Plenamente coincido con usted, señor Presidente. Solo esto alcanzó a decir. Pozzi estaba algo nervioso, pero rápidamente se recompuso del miedo escénico y adoptó un semblante de absoluta serenidad.
Ambos se estudiaron durante unos segundos. Garrido poseía el don de gentes, y al instante advirtió que con Pozzi podía hablar abiertamente sin temer nada. Consciente de que se estaba salteando todas las normas protocolares comenzó a hablar, en un tono suave pero a la vez firme.
---  Señor Pozzi, ante todo soy un hombre práctico, si no lo fuera no sería ahora Presidente. Odio con pasión los rodeos, así que vayamos directamente al meollo de la cuestión, como se dice vulgarmente. He leído atentamente su extenso informe, y me gustaría resaltar dos frases que llamaron poderosa y especialmente mi atención: “ ciento cincuenta y cuatro muertos” y “ situación grave y peligrosa”. ¿ Cómo está la situación en este momento?. ¿ Hay algún cambio?
A Pozzi no le sorprendieron estas palabras, no esperaba otra cosa de su jefe. Tomó un poco de aire y respondió  mecánicamente:
--- Los muertos confirmados al día de hoy son doscientos sesenta y ocho. Todos los homicidios fueron realizados con armas cortas, y en todos y cada uno de los casos se efectuaron tres disparos. Creemos que podrían haber unos ochenta o noventa casos más sin confirmar. No obstante, en estos días las investigaciones han dado sus frutos y hemos descifrado cual es el móvil.
Al escuchar esto, Garrido pegó un estruendoso puñetazo contra el escritorio, y de un veloz tirón se quitó lo anteojos. Trató de tranquilizarse, pero con escaso éxito:
--- Primero lo importante, ¿ este aumento en el número de víctimas es conocido por la prensa?.
Esta pregunta sí descolocó al jefe de los Servicios Secretos, que tuvo alguna dificultad en contestar a eso, aunque cuando lo hizo , lo hizo en tono despreocupado, como restando importancia a lo que terminaba de escuchar:
--- Todavía no, pero en un par de días, o de horas, lo sabrán. Eso es inevitable.
Garrido sonrió amargamente, y en actitud burlona le espetó:
--- Yo suponía que el Servicio Secreto se especializaba en guardar secretos, pero caigo en la cuenta de que no es así. ¿ Cómo es posible que usted, el máximo responsable de esta institución me diga que es inevitable que esos datos salgan a la luz?.
Pozzi acusó recibo de la directa indirecta, y en el mismo tono irónico le respondió:
--- Por lo general la prensa paga mejor estas informaciones de lo que paga el Estado,  yo buscaría la explicación a esas filtraciones por ese lado.
Al Presidente esta observación, lejos de agradarle, lo enfureció aún más:
--- Por el momento voy a pasar por alto ese comentario, pero puede estar seguro que mas tarde volveré a él.
---  Como usted desee señor Presidente, mi tiempo es suyo. Intentó decir esto con suavidad, mas no pudo evitar que sonara desafiante.
--- Bien, enfoquémonos en la investigación, me acaba de señalar que ésta dio sus frutos, ¿ acaso son terroristas?.
--- Por el momento creemos que no, sin embargo, no descartamos ninguna hipótesis, como es natural.
Solo esto obtuvo Garrido como respuesta. El pasado militar de Pozzi se hacía presente en estas circunstancias, y su inconsciente le obligaba  a responder estrictamente lo que se le preguntaba, ni más ni menos. Garrido se percató de  la parquedad de su interlocutor y , en cierta forma, lo entendió. Él también había sido militar de joven, carrera que luego abandonaría por problemas en su espalda.
--- Señor Pozzi, me tiene usted a oscuras, dígame cual es este móvil, y por favor no escatime en detalles esta vez.
Pozzi sacó un paquete de tabaco , hizo un casi imperceptible ademán con su mano derecha, y tras recibir la aprobación gestual del máximo mandatario se encendió un cigarrillo, rubio e importado. Cuando estaba a punto de recibir una reprimenda por el exagerado silencio, habló:
--- Por lo general, ( adoraba empezar sus frases con esas palabras) los casos de homicidio no son del interés de la agencia que dirijo. Empero, dada la singularidad de estos hechos, y a instancias de una orden del Ministro de Interior, hemos iniciado una investigación paralela a la que realiza la Policía  Federal. Como es lógico nos centramos en la búsqueda de un patrón que nos dé una pista del porqué de todos estos repentinos homicidios. Este patrón se nos presentó muy claramente al brevísimo tiempo de haber iniciado las averiguaciones. El común denominador que comparten todos estos asesinos es un cuento, un cuento que leyeron a través de Internet.
El líder, ofuscado, tuvo la necesidad de interrumpir, y así lo hizo.
--- Deténgase un segundo, por piedad se lo pido. ¿Usted me quiere decir que el responsable de todas estas muertes es un cuento publicado por Internet?.
--- Así es, creo estar diciendo eso, perdóneme usted si no me estoy explicando bien.
--- No estoy diciendo lo contrario, sólo quería manifestarle que me resulta bastante complicado de asimilar. ¿ Y cómo es, pregunto yo, que han llegado a esta particular conclusión?.
Pozzi ya había consumido su cigarrillo y juzgó poco prudente encender otro inmediatamente, por lo que se dio un plazo de un par de respuestas más antes de hacerlo:
--- A decir verdad nosotros no concluimos nada en absoluto. Sólo nos dedicamos a recavar información, y al poco de leer los informes advertimos claramente cuál era el nexo que unía a todos estos delincuentes. A los detenidos, que dicho sea de paso se entregaron voluntariamente y sin oponer resistencia, se les hace una serie de preguntas rutinarias en la Comisaría. Comúnmente los sospechosos se niegan a declarar hasta que no esté presente un abogado. Pero en estos casos se ha producido un excepcional acontecimiento. Absolutamente todos han firmado una declaración testimonial en donde reconocen que son los autores de los crímenes, y que lo hicieron a instancias de un cuento que leyeron en Internet. Al principio pensamos que se podía tratar de una banda que tenía este discurso preparado en caso de que los atrapasen, pero todas las pruebas de las que disponemos nos encaminan en dirección contraria.  Actúan de manera individual,  y además no han sido atrapados, sino que, como dije antes, ellos mismos se entregaron.
Dijo esto y bebió un poco de agua, sin saber del todo bien si el único vaso que se encontraba sobre la mesa era en efecto para él o no.
--- Muy bien, dijo el Presidente, ¿ qué otras cosas unen a estos perversos?.
--- Que nosotros sepamos ninguna otra cosa los une.
Ahora sí se prendió un nuevo cigarrillo, su cuerpo en verdad lo necesitaba. Garrido se encontraba más calmo, pero aún seguía confundido.
--- Supongo que ya habrán cancelado el sitio en donde se publica este cuento, ¿ verdad?
--- No señor, el servidor que publica este cuento está radicado en Cuba, y nuestra jurisdicción no abarca ese país caribeño.
Esta respuesta fue intolerable para el Presidente Garrido, quien, ya de pie y visiblemente encolerizado le ladró a Pozzi:
--- Vaya eficiencia que tenemos por aquí. ¡Usted comanda el Servicio de inteligencia mas sofisticado del mundo y me cuenta que no puede cerrar un sitio de Internet!. Me importa nada si se encuentra en Cuba, en la China, o en Júpiter. Ese sitio debe ser cerrado sí o sí. Si necesita mi autorización para eso puede darla por descontada.
Y un águila , malherida, se posó sobre una rama  cercana a la ventana del despacho presidencial. Miraba a estos dos hombres de soslayo, y parecía tiritar pero no a causa del frío, sino del miedo.
--- Su autorización no es necesaria, con mi firma sería más que suficiente. Por otra parte, si no ordené cerrar ese sitio no es porque no podamos, al contrario, podemos hacer eso y mucho más. Empero, si no di mi visto bueno para emprender esa acción es porque la considero totalmente improductiva. Que el sitio esté ahí o no da igual.
--- ¡ ¿ Igual?!. ¡ ¿ Está usted demente o ebrio?!. ¡ Inmediatamente el sitio debe ser cerrado, si se opone no dudaré en despedirlo. Y le puedo asegurar que el que lo haga no le asegura su permanencia en el cargo, inepto, inútil.
Garrido se despojó sin ningún arte de su saco y su corbata mostrándole a Pozzi su faceta mas irracional, perfectamente conocida por el jefe de los Servicios Secretos gracias a los famosos informes internos.
--- Si ése es su deseo, nada me complacerá más que llevarlo a término. Pero si me dejara acabar de exponer la situación, tal vez su parecer sea otro. El dichoso cuento se publicó originariamente en Cuba. A partir de ese momento, que estimamos fue hace seis meses, se a propagado como un cáncer por todo el globo terráqueo. Las metástasis de este cáncer han infectado la mayoría de los países del mundo, pero especialmente a afectado al nuestro. Existen alrededor de ocho mil páginas distribuidas en distintos servidores que contienen este cuento. Si bien es posible derrumbar a todos estos sitios, lo que no podemos hacer es evitar que los usuarios de computadoras compartan sus archivos de manera privada. Y no me refiero a una imposibilidad legal, sino a una práctica.
Pozzi prendió su tercer cigarrillo sin permiso alguno, y de entre el humo que despedía de su boca y nariz, miraba atentamente a su preocupado jefe.
--- Por favor sepa disculparme por mi anterior reacción, fue muy poco profesional, en verdad estoy avergonzado por mi irracional comportamiento. Mire Pozzi, yo soy político y no programador de computadoras y esas cosas. Por eso si esta pregunta le parece descabellada hágamelo saber. Pero, ¿ no existe una forma de eliminar a todos los ordenadores del mundo, al menos temporalmente?.
Junto al águila aterrizó un cuervo, hermosamente negro y con apariencia de estar hambriento. El águila, débil como estaba, no podía volar y escapar. Miró triste y resignada a su mas que probable verdugo, y encomendó su suerte a sus antepasados, tan fuertes ellos.
Pozzi se tomó unos segundo para ordenar sus pensamientos y comenzó a hablar:
--- La oficina de investigación de armas tecnológicas no convencionales le diría que sí es posible. Ellos han desarrollado un virus informático capaz de dejar inoperables a todas las computadoras con acceso a Internet en un plazo no mayor a diez días. A mi forma de ver las cosas si este virus se activa se lograría una cosa de seguro: paralizar mortalmente la economía y las comunicaciones mundiales, poniendo en serio riesgo la vida de miles de humanos y de millones de transacciones financieras. Los crímenes a los que ahora nos enfrentamos no se verían afectados por este virus, eso lo puedo asegurar. Ya hemos encontrado, circulando por la mayoría de nuestros Estados, cientos de pasquines que recogen el cuento. Se imprimen caseramente, ya que el cuento tiene una extensión de diez carillas más o menos, dependiendo del tamaño de la letra, y a esto agregaría que en cuanto los medios de comunicación se enteren de este escrito y de su importancia, le darán tal publicidad que su propagación exponencial será virtualmente indetenible.
Garrido escuchó esta disertación atentamente. Reflexionó y volvió a reflexionar. Por su intercomunicador pidió un café y al instante dio una orden en sentido contrario. Se arremangó la sudada camisa  y entre suspiros se dirigió a Pozzi:
--- Comprendo perfectamente las problemáticas implicancias que este virus acarrearía, era sólo una inquietud que quería evacuar, es mi deber analizar todas las posibilidades antes de actuar. Porque lo que si está claro es que algo hay que hacer, y rápido. Por el momento volvamos al maldito cuento. ¿ Qué clase de cuento es?. ¿ Uno subversivo, uno terrorista?.
--- A priori debería decir que no es ninguna de las dos cosas. Nuestros expertos han analizado el escrito durante días y sus apreciaciones podrían resumirse de este manera: en el plano técnico el escrito adolece de faltas de ortografía groseras, y las construcciones gramaticales son bastante pobres, como si hubiese sido escrito por un niño, o como mucho, un adolescente.
En el plano filosófico nuestros especialistas nos afirman que el texto está completamente vacío de contenido, en sus páginas no han encontrado ningún fin político o religioso, ni siquiera aboga por una reivindicación de mediana entidad. Han buscado concienzudamente algún mensaje subliminal, pero nada encontraron. Es más, este cuento, en su mayor parte, hace referencia a otro, del cual no da muchos detalles y menos el título o el nombre del autor. A opinión de ellos el cuento no dice nada de nada, opinión que dista por mucho a la que más o menos comparten los confesos autores de los crímenes.
Garrido aceptó de buen grado el cigarrillo que le convidaban, pero en esta oportunidad el que proveyó el encendedor fue él.
El águila y el cuervo seguían en la rama del árbol, cada uno esperando su momento, sin embargo, la inusual imagen que daban no era suficiente pata llamar la atención de los dos hombres de Estado.
--- Eso me interesa, ¿ qué es lo que pensaban esos inadaptados cuando cometieron los hechos?.
--- Para estas personas el cuento dice todo acerca de todas las cosas, en palabras más, palabras menos, todos coinciden en que leyendo el escrito encontraron reflejadas sus vidas, y al mismo tiempo, el inequívoco sentido de las mismas. Un sentido que les obligaba a  matar a una persona al azar, reproduciendo fielmente el final del cuento.
El Presidente entrecerró sus ojos y ligeramente se mordió el labio inferior, estaba a punto de tomar una decisión, pero estimó conveniente efectuar un par de preguntas intrascendentes antes:
--- ¿ Y por qué los asesinatos se dan específicamente en nuestro país y no en otros?.
--- Nuestra población es la más armada del mundo, y el cuento narra claramente un homicidio efectuado con arma corta. En otros países se registraron casos, pero menos numerosos que en el nuestro. Suponemos que la diferencia en las cantidades de muertos está íntimamente relacionado con el número de armas de fuego que circulan por las calles.
--- ¿ Cuál es el nombre de la narración?
--- Se titula, “ El cuento del cuento”, replicó secamente Pozzi, que intuía que la conversación estaba por terminar.
--- ¿ Y del autor que sabemos?
--- Muy poco señor Presidente, lo escribió bajo un seudónimo griego, y no a publicado nada más bajo ese alias, ya sea en la red o en papel.
--- Lo suponía. Dada la acuciante situación a la que nos enfrentamos, esto es lo que haré: en la reunión de hoy a la noche con el Consejo de Seguridad les comunicaré a los presentes que mañana por la mañana declararé el estado de sitio. La policía se ha mostrado muy ineficaz en todo este proceso, por lo cual daré más facultades y atribuciones al ejército para que sean ellos quienes controlen las ciudades. En lo que respecta a su persona le ordeno que active ese famoso virus. Las computadoras no votan, y las personas sí. Cuantos menos muertos, mas votantes. De cómo se lo explico a la ciudadanía ya me encargaré luego con mis asesores. Ya tiene sus órdenes seños Pozzi.
Pozzi se quedó helado ante estas palabras, y solo pudo atinar a balbucear algo:
--- Señor Presidente, entiendo que la situación sea crítica, pero usted no puede hacer eso.
Garrido , de frente ahora al águila y al cuervo le contestó sin inmutarse:
--- Porque puedo hacerlo es que lo hago. Su comparecencia a sido muy constructiva, le repito que ya tiene sus órdenes, ahora déjeme solo si es tan amable. Adiós.
Pozzi, acurrucado en su silla, experimentó un intenso estremecimiento en todo su cuerpo. Por cosas del azar, enfocó por primera vez en la tarde su mirada hacia la ventana. Y pudo ver como el cuervo , despojado ya de toda timidez, despedazaba sin misericordia a la moribunda águila.
--- ¿ Sabe qué, señor Presidente?, esto es muy curioso.
Garrido giró sobre sus talones y desganadamente le prestó atención:
--- ¿ Qué es lo que le resulta curioso?
--- Antes de venir a esta reunión leí el cuento por primera vez. Y aunque resulte extraño de creer, en una parte del texto se describe casi de manera exacta la conversación que acabamos de sostener.
El mandatario hizo una mueca de mal gusto:
--- Es cierto, en verdad es curioso, y dicho esto volvió a darle la espalda y se sumergió en sus pensamientos.
Pozzi, mas sereno que nunca en su vida, bebió lo que quedaba de agua, con lentitud desenfundó su arma reglamentaria, y luego de apuntar a la nuca, disparo hábil y certero. Ante el cuerpo abatido, gatilló dos veces más.
El guardia de la puerta, al escuchar los disparos, entró torpemente. Para cuando este lo hizo, Pozzi ya había apoyado su pistola en la mesa y lo esperaba con los brazos en alto, en clara señal de pacífica sumisión.
                                                                                          MELISSO

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